Laponia: ¡creatividad en helados!

Si lo pensás dos veces, la idea en sí es un poco asquerosa. Eso de andar chupando un pie, digo. Por suerte la gente de Laponia no lo pensó tanto, – ¿o acaso si? – y se mandaron nomás con el Patalin. Un pie helado, color rosa chicle y pretendido sabor frutilla, que lamías hasta dejarlo sin dedos. ¡Mmmmm!
Niños y felices como éramos, nada nos resultaba más deliciosamente divertido que saborear esa pata.

Otra versión, un poco menos asquerosa, era el Frutidedo, ahí lo que lamías en vez de un pie, era una mano con su dedito índice erguido en gesto dictatorial. El Frutidedo, a diferencia del monocromático Patalin, venía en diferentes sabores.

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El Topo Gigio- ¡si no se hubiera llamado así jamás lo hubiéramos adivinado!- sólo tenia del famoso ratón, las orejas grandes y cierto color marrón y amarillo ¿dulce de leche y vainilla? No. Dice la gráfica de entonces que ananá y frutilla. Si ellos lo dicen…Sea como sea, nuestro helado orejudo era un verdadero juego de ingenio. Si te entusiasmabas demasiado con una sola oreja… ¡después se te desbalanceaba todo el topo! La onda era mordisquearle un ratito cada una y asegurarnos así un equilibrio perfecto.

El payaso nariz de chicle era otro gran invento laponiano. De americana – ¿y chocolate?- la gracia era dejar para el final esa bolita de chicle duro que le había servido de nariz al ya deglutido payaso. Menos marquetinero su nombre que el de sus primos hermanos Frutidedo y Patalin; el payaso Popsy era sin duda alguna, otra de las genialidades heladas de Laponia.

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